Mis abuelos son santos, aunque no tienen ningún altar en las iglesias. Rezo por ellos porque estoy convencido que tanta bondad y sacrificio que mostraron no se puede haber perdido en el infinito. Son unos santos, pero no anónimos, al menos para mí. Me quieren y me conocen aunque a alguno no llegué a tratarlo en vida.
Mis abuelos son unos héroes, aunque no aparecen en los libros de historia. Trabajaron fuera de convenios colectivos, de Internet, de televisiones de pago, de conciliación de la vida laboral y familiar, de protección social…pero su lucha diaria consiguió tirar un país destrozado por la guerra hacia delante.
Mis abuelos son célebres, aunque ninguno de ellos se llevó el Premio Nobel. Hicieron lo mejor que sabían de la mejor manera posible: transmitir el cariño y el espíritu de sacrificio, los valores humanos por encima de los materiales.
Mis abuelos conocen el mundo, aunque nunca vivieron fuera de La Unión. Conocieron lo que les servía para ser felices y no ambicionaron lo que no les correspondía.
Mis abuelos rezan por mí cada día, por eso yo rezo por ellos.
Mis abuelos tienen fe, esperanza, ilusión,...por eso yo también los tengo.
Cuando la vida produce calambres y alegrías siempre me encomiendo a ellos para que de sus calambres me enseñen y de sus alegrías disfrute.